A menos de 80 kilómetros del resort Mar-a-Lago del presidente Donald Trump, en lo profundo de los Everglades de Florida, se ha levantado en tiempo récord un nuevo símbolo del endurecimiento migratorio en Estados Unidos: el centro de detención apodado “Alligator Alcatraz”.

Concebido como una instalación temporal pero de alta seguridad, este centro ya ha comenzado a recibir migrantes detenidos en medio de una creciente ola de redadas impulsadas por la administración Trump y promovidas activamente por el gobernador Ron DeSantis.

Pero lo que para unos es una respuesta firme ante la crisis migratoria, para otros es una muestra de crueldad institucionalizada. Y la polémica no ha hecho más que comenzar.


Alligator Alcatraz: Un centro en medio de pantanos… y caimanes

El llamado Alligator Alcatraz no es una cárcel común. Fue instalado sobre la pista del antiguo Aeropuerto de Entrenamiento y Transición Dade-Collier, una pista de casi 4 kilómetros que alguna vez se soñó como hub de vuelos supersónicos y que hoy sirve como terreno baldío en medio de los pantanos más inhóspitos de Florida.

El lugar no solo está rodeado de vegetación densa y peligrosa. También lo habitan caimanes, pitones y otras especies que, según el propio gobernador DeSantis, funcionan como “guardias naturales”.

“Si alguien intenta escapar, se encontrará con un montón de caimanes. Nadie va a llegar muy lejos”, dijo el gobernador durante una rueda de prensa. “Es lo más seguro posible”.

El nombre Alligator Alcatraz fue acuñado por el fiscal general estatal, James Uthmeier, y adoptado con entusiasmo por las autoridades republicanas.


Hasta 5.000 migrantes bajo tiendas y remolques

El proyecto fue diseñado para albergar hasta 5.000 migrantes en espera de deportación, según fuentes del Departamento de Seguridad Nacional (DHS). Para ello, se han instalado remolques reutilizados de la FEMA, tiendas de campaña con paredes blandas y unidades móviles de aire acondicionado.

La operación se estima en US$ 245 por cama y por día, con un costo anual proyectado de US$ 450 millones. Aunque Florida asumirá inicialmente los gastos, planea solicitar reembolsos federales a través de FEMA y DHS.

El sitio ha sido equipado con sistemas móviles de agua, electricidad y alcantarillado. Pero la primera prueba real llegó rápidamente.


Inauguración con Trump… y tormenta

El centro fue inaugurado esta semana con una visita oficial del presidente Trump, quien recorrió la instalación junto al gobernador DeSantis. Sin embargo, horas después, una tormenta de verano puso a prueba su infraestructura, revelando filtraciones por techos y paredes, cables mojados y acumulación de agua en varias zonas del complejo.

Videos obtenidos por medios locales, como Telemundo 51, muestran el agua entrando con fuerza mientras parte del techo temblaba durante un acto de prensa. La intervención del gobernador incluso fue interrumpida por la intensidad de la lluvia.

“Las filtraciones fueron mínimas”, minimizó Stephanie Hartman, vocera de la División de Gestión de Emergencias de Florida, asegurando que las reparaciones se hicieron de inmediato. Pero los activistas y técnicos advierten que la zona ya estaba clasificada como propensa a inundaciones profundas, según informes del condado Miami-Dade.


¿Un modelo a seguir o un teatro de crueldad?

Para DeSantis y sus aliados, el centro representa una solución temporal y efectiva a la sobrecarga de cárceles y estaciones migratorias en el estado. El gobernador lo describió como un “multiplicador de fuerza” para ayudar a las fuerzas del orden ante la “crisis migratoria desbordada”.

“Es eficiente, seguro, autónomo y operará solo mientras sea necesario”, dijo DeSantis.

Pero las reacciones han sido mayoritariamente críticas desde los sectores demócratas, activistas proinmigrantes y organizaciones de derechos humanos.

“Es una teatralización de la crueldad”, afirmó María Asunción Bilbao, coordinadora en Florida de American Friends Service Committee.
“No solo el lugar es inhumano, sino el lenguaje utilizado por los funcionarios. Hablar de personas como si fueran presas acechadas por caimanes es una forma grotesca de deshumanización”, agregó.


Comunidades indígenas y ecologistas también protestan

El terreno en el que se construyó el centro también es motivo de disputa. Varias comunidades indígenas de Florida denuncian que el sitio está demasiado cerca de tierras sagradas. Además, ecologistas han advertido que la zona es ecológicamente frágil, hogar de especies protegidas y fuente crucial de agua dulce para el sur del estado.

“Construir esta instalación en los Everglades no solo es una afrenta humanitaria, sino una amenaza ambiental de gran escala”, alertó el grupo Defensores del Ecosistema del Sur de Florida.


La sombra de Joe Arpaio y la historia que se repite

Muchos han comparado el proyecto con la infame “ciudad de tiendas de campaña” del sheriff Joe Arpaio en el condado Maricopa, Arizona, donde migrantes y detenidos eran alojados en condiciones extremas, a temperaturas que superaban los 40 grados Celsius.

“Ya pasamos por esto antes. Fue cruel entonces y lo sigue siendo ahora”, recordó Thomas Kennedy, analista de la Coalición de Inmigrantes de Florida.

En los Everglades, donde el calor húmedo puede superar los 32 °C incluso en la sombra y las tormentas son frecuentes en verano, los riesgos son evidentes. Las autoridades aseguran tener planes de evacuación listos en caso de huracanes, pero los críticos dudan de la viabilidad operativa real del centro bajo presión climática.


Un símbolo de la era Trump 2.0

La creación de Alligator Alcatraz marca una nueva etapa en la política migratoria de la administración Trump, que ha redoblado esfuerzos en su segundo mandato por reducir la inmigración ilegal con métodos cada vez más visibles y mediáticos.

Este campo de tiendas, ubicado en un aeropuerto abandonado en medio de pantanos plagados de caimanes, es tanto un dispositivo de detención como una herramienta de disuasión con carga simbólica.

Con apenas unos días de operación, ya enfrenta cuestionamientos legales, ambientales, éticos y técnicos. Y su sola existencia promete seguir alimentando el debate nacional sobre dónde se cruzan los límites entre seguridad y humanidad.

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