En los últimos años, el llamado turismo de narcos ha ganado popularidad en varios puntos de América Latina, especialmente en México y Colombia, donde la figura del narcotraficante se ha transformado en un icono cultural.

A través de la música, la moda, las redes sociales y hasta recorridos turísticos, el turismo de narcos se ha convertido en una industria lucrativa que genera debate por su delgada línea entre expresión cultural y apología del delito.

Este fenómeno del turismo de narcos plantea interrogantes importantes: ¿es válido convertir el crimen organizado en atractivo turístico o de consumo cultural? ¿Dónde termina el entretenimiento y comienza la glorificación del crimen?

Los narcotours: turismo de narcos

En ciudades como Medellín (Colombia), turistas de todo el mundo pagan por conocer los lugares que marcaron la vida de Pablo Escobar, desde su casa hasta su tumba.

En México, localidades como Culiacán, Guadalajara y Badiraguato, lugar de nacimiento de Joaquín “El Chapo” Guzmán, se han convertido en destinos del turismo de narcos, investigadores, periodistas e incluso influencers que documentan su experiencia.

Estos “narcotours” ofrecen recorridos por casas, bares, calles y hasta templos dedicados a figuras del narcotráfico.

Algunas empresas incluyen en sus paquetes narraciones históricas, fotografías con imitadores o “actores” caracterizados como capos, y visitas a sitios como el Cementerio Jardines del Humaya, donde yacen narcos en mausoleos lujosos.

Lo polémico del turismo de narcos no es solo la existencia de estos tours, sino la forma en la que presentan a los capos: no como criminales, sino como personajes épicos, astutos y hasta admirables. Esta narrativa ha levantado críticas de familiares de víctimas y defensores de derechos humanos.

Narcocorridos y corridos tumbados: la banda sonora del crimen

La música también ha jugado un papel clave en la expansión de la narcocultura.

Los famosos narcocorridos y ahora los llamados corridos tumbados mezclan la tradición regional con letras que relatan —y en muchos casos glorifican— la vida de los capos, los lujos, la violencia y el poder.

Grupos como Los Tucanes de Tijuana, Los Tigres del Norte, y más recientemente artistas como Peso Pluma, Natanael Cano o Fuerza Regida han encontrado éxito internacional con canciones que mencionan marcas de lujo, armas, drogas y rutas del narcotráfico.

Las plataformas de streaming, como Spotify y YouTube, contribuyen a esta difusión global. Algunos videos alcanzan millones de reproducciones, lo que convierte al narcocorrido no solo en un fenómeno musical, sino en una poderosa herramienta de marketing cultural.

Moda narco: marcas, ostentación y lujo

Otro aspecto relevante de la narcocultura como industria es la moda. Los narcos contemporáneos ya no se ocultan: se muestran con ropa de marca, relojes costosos, camionetas de lujo y joyería excesiva. Este estilo ha sido adoptado por miles de jóvenes, especialmente en sectores populares, que encuentran en esta estética una forma de aspiración social.

El uso de marcas como Gucci, Louis Vuitton, Versace, Supreme o Balenciaga, junto a la vestimenta regional (sombreros, botas, camisas vaqueras), ha creado una identidad híbrida que hoy se promueve a través de influencers y redes sociales. Incluso han surgido marcas propias con estética narca, camisetas con frases como “Team Chapo” o gorras con insignias alusivas a cárteles.

Esto representa un negocio rentable para tiendas locales y vendedores digitales que capitalizan este estilo narco, aunque sin respaldo de las marcas originales.

Narcocultura en redes sociales: TikTok y YouTube como vitrinas

Plataformas como TikTok, Instagram y YouTube han sido claves en la viralización de la narcocultura. Jóvenes usuarios imitan gestos, formas de vestir, usan canciones de fondo con letras sobre el narco y documentan visitas a lugares como Sinaloa o Medellín. Algunos incluso bromean sobre ser parte de un cártel o tener “conexiones”.

Esta estética también ha permeado en series de televisión como “Narcos”, “El Chapo”, “El Señor de los Cielos”, o “La Reina del Sur“, que, aunque tienen base histórica, también construyen personajes casi heroicos, contribuyendo a la mitificación del narco.

El turismo de narcos ¿Cultura o apología del delito?

El debate sobre la narcocultura gira en torno a una pregunta clave: ¿es esto una manifestación cultural legítima o una forma de hacer apología del crimen?

Algunos expertos defienden que los narcocorridos, el turismo y la moda son una expresión social legítima que refleja las realidades de comunidades marcadas por el abandono estatal, la violencia y la desigualdad. Para ellos, la narcocultura es una forma de resistencia o de sobrevivencia simbólica.

Otros argumentan que glorificar a los narcos como modelos de éxito puede normalizar la violencia, minimizar las consecuencias del crimen organizado y reforzar una narrativa que asocia riqueza con ilegalidad. Este enfoque preocupa especialmente cuando los jóvenes, sin acceso a oportunidades reales, ven en el narco una vía de escape.

Impacto en la economía local del turismo de narcos

Es innegable que esta industria mueve dinero. Los narcotours generan empleos, atraen turismo y dinamizan zonas antes marginales.

La música narco impulsa eventos, conciertos y venta de mercancías. La moda genera comercio en redes sociales y tiendas físicas.

Sin embargo, el crecimiento económico que produce la narcocultura puede ser efímero o riesgoso si no se regula.

Algunos gobiernos locales han prohibido conciertos de narcocorridos o tours vinculados al narco, pero las medidas han sido insuficientes o impopulares entre ciertos sectores.

Turismo de narcos: entre el morbo y la memoria

El turismo de narcos y la narcocultura no son fenómenos nuevos, pero sí más visibles, rentables y aceptados que nunca. Su auge plantea preguntas urgentes sobre ética, memoria histórica y responsabilidad social.

¿Es posible recordar sin glorificar? ¿Consumir sin legitimar? ¿Retratar sin romantizar? La sociedad, los medios, las autoridades y los creadores de contenido deben participar en este debate para no permitir que la cultura del crimen se vuelva la única narrativa aspiracional para las nuevas generaciones.

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